Llegandome al refugio...

Una extraña invitación a un casamiento me llegó a última hora, sospecho que se trato de un invitado que no confirmo, porque la misma reza:

“Estimado Jorge te Invito al casamiento…”

Pero con la promesa de comida gratis y barra libre después de las 2 am. No deparé en gastos para acercarme a la capital federal y saque pasaje en micro por la módica suma de 9 $ promo “ida y vuela”, armado con una literna, mi camiseta de estudiante, y el torfeo de Discusiones Bizantinas que haría las veces de elemento contundete contra posible moustros de las profundidades, como podrían ser un minotauro, un cantor folklorico o un guarda de subte.

Encontrar la entrada al refugio no deparó singulares inconvenientes, no tanto encontrar la boca de entrada, sino mas bien, en ubicarme en esta caótica ciudad. Donde Todas las calles tienen nombre, pero ningún orden, (no como un Brasilia) en donde la cuidad es pensada para el visitante y no para el lugareño.

Sin sentirme Dante (aunque vine con mi perro Virgilio), ni Otto Lidenbrock, finalmente pude ingresar a la antecámara, el dolor en mis articulaciones, y la atmósfera enrarecida confirmaban que este refugio estaría plagado de humedad.

El refugio no tiene aspecto de un bunquer propio de un dictador del medio oriente, sino que pareciera se trataría de una caverna amplia, pobremente iluminada, como muebles distribuidos aleatorimente, y con marcas notables de ser comprados de segunda mano.

Al no ver a nadie, menos una fiesta de casamiento, la excusa que recordé, cuando me cruce con Ailin, era mi trabajo para la cátedra de antropología II, entonces me presenté como Don Kace, su contrincante en casos perdidos quien quería hacerle un reportaje. Que luego publicaré